EGO

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Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores "Acatlán" (2003-2007). Profesor de la materia de Historia del Mariachi (2014) de la Escuela de Mariachi Ollin Yoliztli en Garibaldi. Maestro en Historiografía por la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo (2017-2019). Inscrito al Doctorado Interinstitucional de Arte y Cultura (DIAC), Campus León. Becario Conacyt (2021-2025)

12 ago 2018

La voz del mariachi y el rey de la ranchera. Eleazar López-Contreras

La voz del mariachi y el rey de la ranchera

ELEAZAR LÓPEZ-CONTRERAS eleazarlopezc@gmail.com

El espíritu de José Martí ronda al mariachi de una forma indirecta, en razón de que algunos escritos suyos sobre la historia mexicana fueron recogidos bajo el contundente título de La clara voz de México. En ese sentido, ¿qué voz más clara tiene México que la voz de su música? ¿Y cuál es la voz más clara que tiene su música, si no es la voz del mariachi? “El mariachi es el corazón de México” fue la feliz frase que alguna vez pronunciara, con emoción, la escritora Carlota O’Neill, en la Plaza de Garibaldi, el lugar de mayor concentración de mariachis del mundo (siguiéndole la Plaza de los Mariachis de Guadalajara). Fue a la Plaza Giuseppe Garibaldi (que todavía no exhibía la estatua de José Alfredo Jiménez) adonde el General Lázaro Cárdenas se dirigió personalmente, en 1940, específicamente, al Tenampa reducto inicial de estos grupos en la Capital (y donde se dice que Jesús Salazar luchó con los entonces recalcitrantes mariachis por introducir la trompeta desde 1928). Allí dio una orden terminante: “Desde hoy en adelante no se va a molestar más a los mariachis”. Santa palabra.
La oportuna intervención presidencial le puso coto inmediato al implacable acoso policial que victimizaba a los cada vez más numerosos grupos de escandalosos ejecutantes que, de la mencionada cantina (entonces regentada por los sempiternos protectores de los músicos: Juan Ignacio Fernández y su esposa Isabel), pasaron a la célebre Plaza. Fue entonces cuando ese pequeño espacio cobró la importancia que tiene hoy día, en su calidad de centro de operaciones de docenas de grupos que ofrecen su música a domicilio, gracias a la particular facilidad que tiene el portátil mariachi de trasladarse a cualquier parte para ofrecer alegría instantánea.
El método ha sido adoptado por sus clones en otras regiones del mundo donde sus contrapartes locales, conformados por músicos de las más variadas pintas y nacionalidades, duplican con increíble facilidad y fidelidad el repertorio y el estilo originales de los mariachis nacionales, copiando igualmente la tradicional amabilidad, gentileza y complacencia de sus modelos. Esto incluye la imitación del exótico traje de charro en el que se destaca el infaltable y exótico sombrero cónico de alas anchas con hilos bordados que, desde tiempos inmemorables, charros, rancheros y mariachis lucen con orgullosa altivez, bien como símbolo de libertad o como inequívoca expresión de la proverbial y acogedora amplitud del espíritu mexicano, la cual halla expresión genuina en el mariachi, que sin duda alguna, es la voz de México.
El público internacional conoció el mariachi a través de las películas protagonizadas por Tito Guízar (particularmente, con Allá en el rancho grande), que fueron las primeras en mostrarse con éxito en Estados Unidos; y por Jorge Negrete en América Latina y Europa. A Negrete le siguieron Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante y Javier Solís; pero fue Negrete, cantante y artista, que en los tempranos años cuarenta generó una verdadera mexicanitis en Caracas. Originalmente, la música del mariachi eran los sones de Jalisco y del occidente de México, pero desde la década de 1930 incluyeron en su repertorio rancheras, corridos, huapangos, sones jarochos y valses mexicanos, como "Cielito lindo", que forma parte de la música tradicional y regional mexicana (pero que tiene autor: Kirino Mendoza).
Por iniciativa de Rubén Fuentes se adaptó el bolero al llamado bolero ranchero, que fue con el cual se destacó José Alfredo Jiménez, una de las principales voces del mariachi y quizá su mejor compositor. Sus inmortales canciones han sido (y aún son) interpretadas por los grandes de habla hispana. Muchas de esas composiciones ---que sobrepasaron las cuatrocientas--- son fácilmente reconocibles por su sencillez y profundidad, por lo que muchos las cantan o escuchan en discos para recordar momentos —o amores— inolvidables.
En Latinoamérica hay millones de personas que conocen, o que aún recuerdan, algunas de sus canciones más populares, muchas de ellas tituladas con acierto y llenas de frases impactantes:

 Tu recuerdo y yo (“Estoy en el rincón de una cantina…”)
 Tú y las nubes (“Ando volando bajo…”)
 Te solté la rienda (“… como el caballo blanco/ te solté la rienda;/ a ti también te suelto/ y te me vas ahorita…”);
 Llegando a ti (“Poco a poco me voy acercando a ti”…)
 Un mundo raro (“Cuando te hablen de amor y de ilusiones…”)
 El jinete (“Por la lejana montaña/ va cabalgando un jinete/ vaga solito en el mundo/ y va deseando la muerte…”)
 Que te vaya bonito, etc. etc. etc.
Alguna vez, Tu recuerdo y yo fue prácticamente el himno de los despechados. Esta famosísima ranchera decía:
¿Quién no sabe en esta vida/ la traición tan conocida/ que nos deja un mal amor?/ ¿Quién no llega a la cantina/ exigiendo su tequila/y pidiendo su canción?
No obstante, de todas sus composiciones, tal vez sea Sigo siendo el rey la más cantada, pues su letra induce a experimentar un sentido de retadora individualidad. Con sólo unirnos al coro de su música, en alguna fiesta donde la toca un vistoso mariachi —o que suena en un disco—, ello nos insufla de ánimo porque nos hace sentir que podemos lograrlo todo y que también podemos llegar adónde sea que vamos, y si bien no llegamos de primeros, lo importante es “saber llegar”.
El espíritu sensible de José Alfredo Jiménez abarcaba todos los extremos del amor, pues igual le cantaba a la conquista que a la pérdida y al despecho, que en su poética inspiración se tradujo en letras funcionales o líricas, como la pesimista cuarteta de El jinete: “La quería más que a su vida/y la perdió para siempre/por eso lleva una herida/por eso busca la muerte”; y el exultante de Amanecí en tus brazos (del cual Olga Guillot hizo una auténtica creación): Amanecí otra vez entre tus brazos/y me desperté llorando de alegría/me cobijé la cara con tus manos/para seguirte amando todavía.
Claro… el que casi todos prefieren es Sigo siendo el rey, tema que muchos hombres se han tomado muy en serio. La música de mariachi es popular en muchos países y ciudades, incluyendo Hollywood. Allí Rock Hudson le dio una fiesta a Carol Burnett en la que había una constelación de estrellas: Frank Sinatra (que no peleó con nadie), Elizabeth Taylor, Henry Fonda y su hija Jane; Doris Day, Robert Mitchum, Barbra Streissand y docenas más. Lucille Ball andaba detrás de su esposo, Desi Arnaz, para que éste no bebiera tanto, pues siempre que lo hacía terminaban disgustados, ya que invariablemente eran los últimos en marcharse. En este caso, no lo fueron; pero los rezagados se despidieron a las seis de la mañana cuando un colorido mariachi tocaba Las mañanitas.
Yo sé bien que estoy afuera
Pero el día que me muera,
Sé que tendrás que llorar
Dirás que no me quisiste,
Pero vas a estar muy triste
Y así te vas a quedar
Con dinero y sin dinero
Hago siempre lo que quiero
Y mi palabra es la ley
No tengo trono ni reina
Ni nadie que me comprenda
Pero sigo siendo El Rey
Una piedra en el camino
Me enseñó que mi destino
Era rodar y rodar
Después me dijo un arriero
Que no hay que llegar primero
Pero hay que saber llegar

1 ago 2018

La mexicanidad producirá convencimiento y entusiasmo en nuestro pueblo.


Doctrina del Nuevo Régimen.

El Universal. El Gran Diario de México, domingo 1° de diciembre de 1946, quinta sección, página quince.

La mexicanidad producirá convencimiento y entusiasmo en nuestro pueblo.

Por el Lic. RODOLFO F. NIEVA
De la Asociación Nacional de Abogado

México carece de filosofía social. En otras palabras, el pueblo mexicano carece por ahora de orientación social. Veamos:
Cuando el país se independizó políticamente en 1810, heredó la filosofía escolástica que como prolongación de la Edad Media, había guiado la vida de la Colonia y la profesó como norma colectiva de conducta hasta los mediados del siglo pasado.
Entonces se proclama la independencia espiritual; hombres preclaros de energías descomunales y de mentalidades vigorosas rompen los moldes espirituales del pasado y consuman la gesta magnífica de la Reforma. Los horizontes de la Patria han sido alumbrados con nuevos resplandores y anuncios prometedores cruzan el ciclo mexicano; una nueva época se inicia: el pueblo de México despierta a la vida moderna y adquiere categoría y renombre universal al rechazar la invasión francesa y destruir al llamado imperio.
Ha muerto la escolástica y su sitial ha sido ocupado por la nueva doctrina filosófica, por el liberalismo.
El hombre ha dejado de ser esclavo de los misterios; ha limpiado su mente y su espíritu de sombras, de fanatismo, de temores, ya no cree en fatalismos.
Ahora piensa libremente, razona y busca los primeros principios que dijera Spencer, esto es, la verdad; en la ciencia es dueño de sí mismo, de su propio destino; es todo lo capaz y poderoso que sus propias facultades físicas y mentales se lo permitan.
Y bajo tales conceptos los liberales, los hombres de la Reforma, guiados por la mentalidad clara y la mano firme de Juárez organizan al país y éste se desenvuelve durante los regímenes del Benemérito, de Lerdo de Tejada, de González y de Porfirio Díaz.
Pero la magnífica doctrina se estiliza, se estereotipa en el individualismo. El hombre como unidad étnica, como individuo, asciende al trono de la creación y se convierte, por tanto, en el soberano de la vida; el fastuoso régimen porfirista del presente siglo es su consagración.
El esplendor y la magnificencia de la primera década del siglo produce hombres soberbios por el porte y por sus obras.
Los entorchados y los uniformes de los militares, los sombreros de seda y los jaquets de los civiles, las obras públicas, los saraos rumbosos de las fiestas del Centenario, deslumbran al país y a las naciones amigas; hombres notables de extraños países consagran al Dictador, símbolo de esa época.
En los festejos ha habido lágrimas y temblores de emoción y de grandeza.
Pero en la libre concurrencia del individualismo y como en las verdades de Perogrullo, triunfaron los más fuertes y perdieron los débiles; aquéllos, que fueron los menos, acapararon las riquezas y el poder y hasta la sabiduría y la gloria, y los segundos, que fueron los más, lo perdieron todo, hasta la infinita esperanza de darle al destino la suprema satisfacción de haber sido humanos en el vivir; la clase media se hundió en los empleos y en el pequeño comercio y los obreros y los campesinas realizaron la hazaña de alcanzar el más alto grado en la miseria. La paz imperaba, es cierto, pero se había establecido para que los prohombres gozaran en la tranquilidad sus bienes materiales y espirituales.
Tal era el régimen porfirista en la primera década de este siglo; tales eran el escenario y el drama el 20 de noviembre de 1910.
Sufragio efectivo y no reelección fue la fórmula de los nuevos paladines y en ella concretaron los anhelos populares: muerte al Individualismo, las clases débiles deben tener la protección del Estado, las riquezas de México deben ser para todos los mexicanos; asimismo, los altos estudios, las artes, el poder público, la gloria, también deben ser para los de abajo.
Madero, Carranza, Villa, Zapata dan su vida a cambio del triunfo y la Revolución se convierte en gobierno.
Y los postulados que flamearon en los campos de batalla apresuradamente se erigieron en instituciones jurídicas.
Pero en la embriaguez de la victoria nadie se había acordado de formular la doctrina filosófica de la Revolución que substituyera al individualismo en el espíritu del pueblo mexicano: durante treinta y cinco años solamente conceptos parciales y concretos, aislados o inarticulados guiaron al pueblo de México.
Quizá el espíritu revolucionario no había alcanzado madurez y es hasta hoy cuando, como dijo el Presidente Ávila Camacho, los hombres de la guerra han terminado su misión y cuando la misma Revolución ha ascendido en categoría política al convertirse de facción en entidad nacional que abarca, que incluye que cobija a la nación toda por sus mejores procedimientos, por sus mejores sistemas, por sus más altos y nobles propósitos, es hasta hoy, digo, cuando puede formular su doctrina filosófica y lo ha hecho por boca del licenciado Miguel Alemán, revolucionario legítimo, pero ya en la categoría de los constructores.
En efecto, el Presidente electo dijo a la prensa el 13 de septiembre próximo pasado que la mexicanidad será la norma de su gobierno. Esto es, la mexicanidad resulta así la doctrina filosófica, de la Revolución; es la nueva doctrina que inspirará y organizará, que guiará y orientará, que conducirá o Iluminará la vida de la nación en su nuevo gobierno, en su nueva época que esperamos, que confiamos, que queremos sea la época del progreso, del triunfo, de la felicidad que tanto hemos deseado para nuestra Patria.
Es decir, durante el nuevo gobierno o a partir de él, los mexicanos sabremos lo que tenemos que hacer, cómo debemos hacerlo y qué sendero debemos seguir para alcanzar los anhelos alimentados tradicionalmente por el pueblo mexicano. Ya no navegaremos al garete, con zozobras y angustias por el porvenir: la nave de la nación mexicana estará debidamente orientada y enfilada de tal suerte que, a pesar de las borrascas que dificulten nuestro avance dentro y fuera del país, seguramente arribará a puerto.
Ahora bien, pero ¿qué es la mexicanidad?
El señor licenciado Alemán anunció la doctrina en forma sintética a través de sus declaraciones ya mencionadas. Por mi parte hice un ensayo de exposición en la revista México Nuevo el 25 de julio de 1944, editada por el Grupo Cinco de Febrero.
Sin embargo, toca a los pensadores, a los filósofos y a los escritores del nuevo régimen dar forma a ésta doctrina filosófica y exponerla a la nación.
Pero por lo pronto apuntaré las características fundamentales de la mexicanidad.
Como primera señalaré la de que, según expresión textual del señor licenciado Alemán en las declaraciones periodísticas a que ya me referí, será la única doctrina, filosófico-social se entiende; que oriente, organice, dirija y encauce la vida total del país y, por ende, las actividades del pueblo mexicano. En consecuencia, cualquier doctrina nacida en otro país, no importa cuál sea éste, ni qué nombre tenga aquélla ni el eufemismo o pretexto que se invoque, será excluida de nuestras vidas públicas y privadas y no podrá ser norma de pensamiento ni de acción en nuestro país.
La segunda característica será en función reivindicadora de nuestros valores. El maldito complejo de inferioridad que tiene infectado a nuestro pueblo según la exposición hecha en mi artículo publicado el 13 de junio próximo pasado por este Gran Diario de México, ha hecho que subestimemos nuestros valores hasta el grado de mofarnos de nuestras costumbres en la más insensata y estúpida actitud que pueda adoptar algún pueblo; el charro, la china, el género artístico de Jorge Negrete, las costumbres jaliscienses son objeto de sátiras necias. Ya casi da temor revelar simpatía por nuestras cosas, pues inmediatamente surge la crítica seguida de la afirmación de que las norteamericanas son mejores.
Por contraste la xenolatría, la adoración por lo extranjero, ha contagiado a todas las almas.
Pues bien, la mexicanidad hará que volvamos a amar a nuestras tradiciones, a las costumbres de nuestros antepasados, a nuestra historia, hará que respetemos nuestra idiosincrasia, hará que volvamos a ser nosotros mismos y, en suma y como dice el señor Presidente Electo, nos obligará a conocer mejor a México y a sus valores inmutables.
Entonces nos convenceremos de que nuestras propias fórmulas por malas que sean, siempre serán las mejores para resolver nuestros problemas y que las fórmulas extranjeras, por buenas que ellas sean, siempre serán las peores para resolver esos problemas nuestros.
Es tercera característica de la mexicanidad su función defensiva de nuestra nacionalidad. Es el caso que actualmente y como consecuencia de la guerra somos objeto de tenaz y activísima labor de penetración con el propósito de ganarnos a cualquiera de las causas que se encuentran en disputa. Pues bien, defensa contra ese asedio será la unificación de propósitos y de acción en el país, la unificación de sentimientos y anhelos, será, en fin, la vigorización del espíritu nacional.
Y como cuarta característica, que quizá sea la más trascendental, mencionaré su función estimulante. La mexicanidad incrustará en el pueblo de México la confianza en sí mismo; lo hará confiar en sus propias fuerzas. Le inyectará entusiasmo suficiente para cumplir el programa constructivo de Miguel Alemán y para superarlo; le dará fuerzas necesarias para vencer a las circunstancias por difíciles que parezcan para superar los obstáculos cualquiera que sea su tamaño, para realizar nuestro progreso y para crear la grandeza de México.
La mexicanidad producirá convencimiento y entusiasmo en nuestro pueblo y recordemos que los _________ (ilegible)_ como pueblo, ejercito o raza, animados por un ideal y conscientes de su grandeza, han sido los que han escrito los (ilegible) de la Historia Universal consumando las más grandes hazañas.
Un impulso titánico conmoverá los confines de la Patria y sus valles y campos y sus montañas y sierras y sus pueblos y ciudades se animarán entusiásticamente al mágico conjuro del ímpetu que imprimirá el nuevo régimen al alma y al cuerpo de la Nación.

31 jul 2018

Praxis. Cárdenas


Praxis.

Cárdenas. Por JAIME CASTREJÓN DIEZ

El Universal, Lunes 7 de julio de 1980. (Primera plana)
Podemos considerar la elección de Lázaro Cárdenas como el inicio de la época moderna de la política mexicana. Después de la revolución de 17 vino el caudillismo y la lucha por el poder de las distintas facciones revolucionarias, fue la época de los generales y de los golpes de Estado, levantamientos en armas y desorganización política. Vino después un período de solidificación que trató de institucionalizar el movimiento revolucionario y crear un instrumento para que el poder público se mantuviera en manos de los revolucionarios, este fue el Partido Nacional Revolucionario que resultó ser un mecanismo electoral que garantizaba esa condición. Con el poder asegurado, el mismo inventor del Partido, Plutarco Elías Calles, no resistió la tentación de ser el factótum de la política nacional, el jefe máximo de la revolución. Por un periodo que abarcó tres presidentes, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, el llamado Maximato gobernó el país sin grandes avances en lo político ni en lo social. Es más, el sistema se estaba agotando y se veía que los gobiernos revolucionarios decaían. Calles intentó renovar el partido y el gobierno con un nuevo instrumento político: el plan sexenal 1934-40. El partido fue convocado y en el proceso de elaboración del plan salieron a relucir los problemas, aun cuando el plan se había concebido para canalizar inquietudes y sobre todo para, ya detectados, abandonar inconformidades y convertirse en su paladín contra lo establecido, aun cuando paradójicamente lo establecido y el paladín eran el mismo sistema.  (CONTINUA EN LA PAGINA SIETE)
Praxis. —Cárdenas <continua de la primera plana>
Ya en las discusiones del plan sexenal se vio claramente que a pesar de que había menos facciones de caudillos, de todos modos no se había llegado a una opinión o una doctrina única. Durante el plan se vieron dos de estas tendencias, una que aplaudía lo hecho y trataba de mantener el status quo y otra que sentía que la actitud revolucionaria declinaba y era necesario revitalizarla. Ambas tendencias eran antagónicas, pero militando dentro del mismo partido, esto viene a prefigurar lo que después se llegó a llamar el ala izquierda y el ala derecha del partido. Durante ese proceso se les llamaba callistas a los conservadores y agraristas a los que trataban de mantener vivo el espíritu de la revolución y se identificaban con el agrarismo, que había sido su principal motor.
La división ideológica ponía en peligro la estabilidad del partido, había el peligro de que se dividiera en dos. Como un posible conciliador entre los dos grupos sobresalía el general Lázaro Cárdenas del Rio, que a pesar de su juventud había sido gobernador de Michoacán, presidente del PNR, secretario de Gobernación y secretario de Guerra. Se le consideraba un hombre del sistema y conocedor que podría atraer a las dos facciones y establecer una plataforma política que evitaran un sisma en el partido. Esta plataforma estaba ya delineada en el plan sexenal, en el que había cinco puntos clave que se habían negociado entre callistas y agraristas. Estos eran: intervención estatal, reforma agraria, sindicalismo, actividad empresarial y educación nacional. Era claro que Cárdenas se acercaba a la nominación con bastante seguridad; sin embargo, tuvo que jugar con las reglas de Calles, el jefe máximo, y obtener su apoyo personal, rodeado de la discreción necesaria de un secretario de Estado que estaba buscando la presidencia. Calles sabía que la candidatura "caminaba”, pero todavía obligó a Cárdenas a someterse a su voluntad. Para conversar sobre el futuro del país citó al precandidato en Los Mochis, donde lo mantuvo haciendo antesala por largas horas, mientras él conversaba con sus amigos y atendía asuntos triviales. Tal vez ahí mismo se inició la decisión de llegar a gobernar sin Calles y regresarle dignidad a la presidencia. Poco después del plantón, se convertía en candidato.
Cuando era aún secretario de Gobernación, las diferencias de opinión entre los diputados eran muy fuertes, ahí se habían sentido también las dos tendencias y el Congreso se había convertido en un centro de disputas interminables que amenazaban también con destruir el gobierno revolucionario. Cárdenas intervino porque el poder legislativo había entrado en pugna con el ejecutivo, fue él quien logró una unificación, restringiendo al Congreso en sus intentos de “normar" al ejecutivo. Fue aquí donde, probablemente, concibió Cárdenas la idea de un férreo control político en las cámaras, ya fuera a través del partido o a través del ejecutivo. Estas experiencias perfilaban ya las debilidades del sistema y el modelo de control necesario para corregirlo. A partir de su mandato y después con un más detallado control, volvería el poder legislativo a tomar una relación de sujeción al ejecutivo. En la composición de sus cámaras hay, todavía, una gran heterogeneidad, pero los diputados empiezan a aceptar ese estilo. Su paso por la presidencia tuvo muchas repercusiones sociales, en lo político, en la estructura gubernamental también dejó honda huella, de ahí nacen los mecanismos de control político que conocemos.
El plan sexenal tuvo un papel central en la precampaña, la campaña y la estructuración del gobierno. Dos de los cinco puntos centrales del plan, el intervencionismo de estado y el sindicalismo habrían de darle oportunidad de tomar una posición ideológica alejada de Calles, que ya mencionamos se identificaba con la tendencia conservadora del partido. La introducción del concepto de lucha de clases y otros elementos del lenguaje marxista llevó una incógnita a la campaña y a los primeros actos de gobierno. Para muchos la posición ideológica significaba su alejamiento de Calles; sin embargo, acercaba hacia él y posteriormente incorporaba a su gobierno a callistas prominentes como Juan de Dios Bojórquez, Tomás Garrido Canabal y el mismo Rodolfo Elías Calles (hijo del jefe máximo). Del ala izquierda o agrarista del partido colocó a dos hombres de su entera confianza, el general Francisco J, Múgica y Narciso Bassols. Durante la campaña tomó también el punto de la reforma agrarista con gran vigor, utilizando la bandera de los agraristas que se interpretaba como un acto para asumir el papel de conciliador entre las dos tendencias, pero después, durante su mandato, este fue uno de los ejes de su política. Los otros dos puntos, actividad empresarial y educación nacional, tomaron un lugar secundario, a los empresarios les molestaba el constante uso del concepto de lucha de clases y la educación era un tema muy cercano a Calles, si tomaba una posición contraria, peligraba su elección, si asumía la posición de Calles, su gobierno se vería muy comprometido.
Esta elección presidencial cierra la época del caudillismo y del Maximato. El Maximato había dominado el caudillismo y llegaba a 1934 en total decadencia, las contradicciones aparecían cada vez más fuertes y era cuestión de tiempo el ver su cancelación. Cárdenas actuó con un claro concepto de la historia y con la intuición de que una etapa se cerraba. Él se encargó de terminarla durante su mandato. El período político moderno se abría con herencias importantes del Maximato, el partido, el plan de gobierno, la fuerza central y la mínima influencia de caudillos locales. Cárdenas introduciría un control más cercano del legislativo, la colocación de personajes importantes de diferentes tendencias dentro del gobierno, el concepto de organización campesina y obrera como fuente fundamental de apoyo al gobierno y como parte estructural del partido. Su gobierno habría de confirmar las tendencias y la práctica de la política en México empezaba a tomar su forma actual.