La voz del mariachi y el rey de la ranchera
ELEAZAR LÓPEZ-CONTRERAS eleazarlopezc@gmail.com
El espíritu de José Martí ronda al mariachi de una forma indirecta, en razón de que algunos escritos suyos sobre la historia mexicana fueron recogidos bajo el contundente título de La clara voz de México. En ese sentido, ¿qué voz más clara tiene México que la voz de su música? ¿Y cuál es la voz más clara que tiene su música, si no es la voz del mariachi? “El mariachi es el corazón de México” fue la feliz frase que alguna vez pronunciara, con emoción, la escritora Carlota O’Neill, en la Plaza de Garibaldi, el lugar de mayor concentración de mariachis del mundo (siguiéndole la Plaza de los Mariachis de Guadalajara). Fue a la Plaza Giuseppe Garibaldi (que todavía no exhibía la estatua de José Alfredo Jiménez) adonde el General Lázaro Cárdenas se dirigió personalmente, en 1940, específicamente, al Tenampa reducto inicial de estos grupos en la Capital (y donde se dice que Jesús Salazar luchó con los entonces recalcitrantes mariachis por introducir la trompeta desde 1928). Allí dio una orden terminante: “Desde hoy en adelante no se va a molestar más a los mariachis”. Santa palabra.La oportuna intervención presidencial le puso coto inmediato al implacable acoso policial que victimizaba a los cada vez más numerosos grupos de escandalosos ejecutantes que, de la mencionada cantina (entonces regentada por los sempiternos protectores de los músicos: Juan Ignacio Fernández y su esposa Isabel), pasaron a la célebre Plaza. Fue entonces cuando ese pequeño espacio cobró la importancia que tiene hoy día, en su calidad de centro de operaciones de docenas de grupos que ofrecen su música a domicilio, gracias a la particular facilidad que tiene el portátil mariachi de trasladarse a cualquier parte para ofrecer alegría instantánea.
El método ha sido adoptado por sus clones en otras regiones del mundo donde sus contrapartes locales, conformados por músicos de las más variadas pintas y nacionalidades, duplican con increíble facilidad y fidelidad el repertorio y el estilo originales de los mariachis nacionales, copiando igualmente la tradicional amabilidad, gentileza y complacencia de sus modelos. Esto incluye la imitación del exótico traje de charro en el que se destaca el infaltable y exótico sombrero cónico de alas anchas con hilos bordados que, desde tiempos inmemorables, charros, rancheros y mariachis lucen con orgullosa altivez, bien como símbolo de libertad o como inequívoca expresión de la proverbial y acogedora amplitud del espíritu mexicano, la cual halla expresión genuina en el mariachi, que sin duda alguna, es la voz de México.
El público internacional conoció el mariachi a través de las películas protagonizadas por Tito Guízar (particularmente, con Allá en el rancho grande), que fueron las primeras en mostrarse con éxito en Estados Unidos; y por Jorge Negrete en América Latina y Europa. A Negrete le siguieron Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante y Javier Solís; pero fue Negrete, cantante y artista, que en los tempranos años cuarenta generó una verdadera mexicanitis en Caracas. Originalmente, la música del mariachi eran los sones de Jalisco y del occidente de México, pero desde la década de 1930 incluyeron en su repertorio rancheras, corridos, huapangos, sones jarochos y valses mexicanos, como "Cielito lindo", que forma parte de la música tradicional y regional mexicana (pero que tiene autor: Kirino Mendoza).
Por iniciativa de Rubén Fuentes se adaptó el bolero al llamado bolero ranchero, que fue con el cual se destacó José Alfredo Jiménez, una de las principales voces del mariachi y quizá su mejor compositor. Sus inmortales canciones han sido (y aún son) interpretadas por los grandes de habla hispana. Muchas de esas composiciones ---que sobrepasaron las cuatrocientas--- son fácilmente reconocibles por su sencillez y profundidad, por lo que muchos las cantan o escuchan en discos para recordar momentos —o amores— inolvidables.
En Latinoamérica hay millones de personas que conocen, o que aún recuerdan, algunas de sus canciones más populares, muchas de ellas tituladas con acierto y llenas de frases impactantes:
Tu recuerdo y yo (“Estoy en el rincón de una cantina…”)
Tú y las nubes (“Ando volando bajo…”)
Te solté la rienda (“… como el caballo blanco/ te solté la rienda;/ a ti también te suelto/ y te me vas ahorita…”);
Llegando a ti (“Poco a poco me voy acercando a ti”…)
Un mundo raro (“Cuando te hablen de amor y de ilusiones…”)
El jinete (“Por la lejana montaña/ va cabalgando un jinete/ vaga solito en el mundo/ y va deseando la muerte…”)
Que te vaya bonito, etc. etc. etc.
Alguna vez, Tu recuerdo y yo fue prácticamente el himno de los despechados. Esta famosísima ranchera decía:
¿Quién no sabe en esta vida/ la traición tan conocida/ que nos deja un mal amor?/ ¿Quién no llega a la cantina/ exigiendo su tequila/y pidiendo su canción?
No obstante, de todas sus composiciones, tal vez sea Sigo siendo el rey la más cantada, pues su letra induce a experimentar un sentido de retadora individualidad. Con sólo unirnos al coro de su música, en alguna fiesta donde la toca un vistoso mariachi —o que suena en un disco—, ello nos insufla de ánimo porque nos hace sentir que podemos lograrlo todo y que también podemos llegar adónde sea que vamos, y si bien no llegamos de primeros, lo importante es “saber llegar”.
El espíritu sensible de José Alfredo Jiménez abarcaba todos los extremos del amor, pues igual le cantaba a la conquista que a la pérdida y al despecho, que en su poética inspiración se tradujo en letras funcionales o líricas, como la pesimista cuarteta de El jinete: “La quería más que a su vida/y la perdió para siempre/por eso lleva una herida/por eso busca la muerte”; y el exultante de Amanecí en tus brazos (del cual Olga Guillot hizo una auténtica creación): Amanecí otra vez entre tus brazos/y me desperté llorando de alegría/me cobijé la cara con tus manos/para seguirte amando todavía.
Claro… el que casi todos prefieren es Sigo siendo el rey, tema que muchos hombres se han tomado muy en serio. La música de mariachi es popular en muchos países y ciudades, incluyendo Hollywood. Allí Rock Hudson le dio una fiesta a Carol Burnett en la que había una constelación de estrellas: Frank Sinatra (que no peleó con nadie), Elizabeth Taylor, Henry Fonda y su hija Jane; Doris Day, Robert Mitchum, Barbra Streissand y docenas más. Lucille Ball andaba detrás de su esposo, Desi Arnaz, para que éste no bebiera tanto, pues siempre que lo hacía terminaban disgustados, ya que invariablemente eran los últimos en marcharse. En este caso, no lo fueron; pero los rezagados se despidieron a las seis de la mañana cuando un colorido mariachi tocaba Las mañanitas.
Yo sé bien que estoy afuera
Pero el día que me muera,
Sé que tendrás que llorar
Dirás que no me quisiste,
Pero vas a estar muy triste
Y así te vas a quedar
Con dinero y sin dinero
Hago siempre lo que quiero
Y mi palabra es la ley
No tengo trono ni reina
Ni nadie que me comprenda
Pero sigo siendo El Rey
Una piedra en el camino
Me enseñó que mi destino
Era rodar y rodar
Después me dijo un arriero
Que no hay que llegar primero
Pero hay que saber llegar
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